Hablar de la maternidad es referirse al regalo más grande que una mujer puede recibir. Esta situación impacta profundamente a la mujer y a su familia ya que transforma al hombre en padre y origina cambios en el núcleo familiar: provoca el nacimiento de los hermanos, de los abuelos, de los tíos. Sin duda, la sociedad entera se conmueve ante el advenimiento de un nuevo bebé.La maternidad implica transmitir la vida al hijo por medio del amor. Los esposos participan con Dios en la creación de una persona humana y al mismo tiempo, reciben la privilegiada misión de hacerse cargo de ella desde el momento de la concepción, lo que implica el cuidado, la educación, la enseñanza a vivir como una persona de bien y el gozo de su compañía y de su amor incondicional. La maternidad/paternidad significa un voto de confianza en la pareja que espera un hijo y representa la oportunidad de descubrir las sorprendentes capacidades de los padres al unirse en la intimidad de su amor.
El embarazo es esta etapa donde se afianza el compromiso de los padres ante la llegada del nuevo ser. Mantener al bebé en el seno materno para su desarrollo y aceptar que el organismo de la mujer cambie para ofrecer seguridad, confianza, alimento y protección al bebé hasta que su cuerpo esté listo para vivir de manera autónoma, es una de las primeras muestras de amor que la madre otorga a su hijo.
El embarazo y el parto son etapas sensibles al aprendizaje y a la adquisición de virtudes y valores. Se trata de un intenso trabajo personal de maduración que facilita el tránsito hacia la realización de los roles materno y paterno. Al vivirlos con libertad, los padres asumen su misión y al hacerlo, adquieren y practican virtudes humanas que los fortalecen cada día en su búsqueda del bien para su familia.
El embarazo es un tiempo en el que el bebé forma su cuerpo, madura y crece. También es un tiempo de espera y de desarrollo personal para los padres pues en tan sólo nueve meses tendrán que asumir ella, su maternidad y él, su paternidad con todos los retos que eso implica. La naturaleza dota a los padres y particularmente a la madre de un “período sensible” al crecimiento como persona y la prepara, casi sin que lo note, para la magnífica tarea que se le ha confiado.
Las molestias típicas del embarazo hacen que la mujer practique la paciencia y la tolerancia. El sentir a su hijo moverse y patear dentro de su útero, le recuerda continuamente su presencia que la conduce a aceptarlo y a amarlo de verdad. El cansancio y el sueño interrumpido por molestias digestivas u otras le enseñan a adaptarse a descansar con un modo nuevo, el cual para cuando nazca su hijo le ayudará a que sea más fácil amamantarlo y atenderlo por la noche cada vez que se requiera. Poco a poco la madre se ejercita en la entrega de sí misma por el bien de su hijo y se torna generosa. De igual forma, empatiza con las necesidades de su pequeño hijo, reconociendo que de ella depende su bienestar, el cuidado de su salud y su idónea alimentación con la leche que ella misma será capaz de producir.
El parto, es el culmen de la perfecta pedagogía de preparación, se llega el día del nacimiento y la madre inicia su trabajo de parto desplegando una sorprendente habilidad natural para realizarlo. Con la dignidad de una madre sabia y que confía, es capaz de esperar pacientemente muchas horas hasta que sus contracciones uterinas le avisan que se encuentra en trabajo de parto activo. Con una asombrosa armonía, su organismo y todo su ser “sabe qué hacer”: se expande, en una actitud de permitir a su hijo nacer sin obstáculos, el cuello de su útero se dilata poco a poco, las hormonas se combinan ablandando las articulaciones pélvicas y el nivel de endorfinas le permite manejar adecuadamente las intensas sensaciones que experimenta con cada contracción que hace más próximo el parto. El bebé, a su vez, coloca su cabeza en la mejor posición, y busca salir a la luz, trabaja y se cansa con ella y los dos juntos en equipo hacen posible su nacimiento.
El parto es una función normal, natural y saludable; la mujer es capaz de parir de manera prodigiosa ya que es parte de su asombrosa naturaleza humana femenina. La mujer al parir atraviesa por una prueba de amor increíble, descubre que el amor es más grande y más fuerte que el dolor o el cansancio, y cuando experimenta el nacimiento de su hijo conoce, por primera vez, los límites de lo que es capaz de hacer, entregar y gozar. El parto es la experiencia más grande que una mujer puede experimentar; se puede vivir intensamente y su impacto emocional la marca para siempre, es algo que siempre recordará con todos los detalles y cada vez que lo recuerda o lo platica lo revive con gran intensidad, de ahí que la forma en que el nacimiento se lleve a cabo no debe ser indiferente.
En este sentido, las madres merecen y tienen todo el derecho a dar a luz de manera natural, libres de intervenciones médicas de rutina; tienen derecho a que se respete la fisiología del proceso y el tiempo que requieran para dar a luz a sus hijos, tienen derecho a compartir esta experiencia con su marido o las personas que ellas elijan y tienen derecho a gozar de la atención de un equipo de salud profesional que trabaje en equipo junto con ellas y las respete apoyándolas, reafirmándoles su habilidad innata para parir. El parto vivido con dignidad y respeto, el autodominio y la confianza provocan que cuando el hijo nazca se encuentre con una madre fuerte y segura, valiente y decidida que sabe lo que quiere, que será capaz de educarlo y defenderlo con la misma fortaleza con la que vivió ese momento.
Cabe mencionar que el embarazo y el parto son maravillosas experiencias de la intimidad de la pareja. A través de ellas, los hombres descubren aspectos y emociones de la mujer que no conocían y ellas, experimentan completarse con su marido que las respeta y ayuda. Juntos conocen el verdadero amor al entregarse totalmente al servicio su pequeño hijo asumiendo cabalmente su maternidad y su paternidad.
El embarazo y el trabajo de parto son actos de amor: exigen paciencia, ponerse al servicio del hijo por nacer, compromiso para compartir la vida, el tiempo, el espacio físico y la casa. La embarazada empatiza con las embarazadas del mundo entero, sufre las injusticias y se alegra con la bondad. En el embarazo y el parto la mujer excusa todo, espera y soporta sin límites. Se le hace tangible y evidente el amor porque lo vive intensamente. Es claro que con la maternidad y la paternidad que se complementan se rechaza la prisión del egoísmo y se permite ser conquistados por el amor, un amor fecundo que obliga a “dar a luz” mediante actos de entrega personal.
Durante la lactancia y la crianza, las madres y los padres son heroicos, hacen gala de paciencia y tolerancia, son buenos con sus hijos atendiéndolos solícitamente, son fieles a su misión y a su compromiso y hay muchos momentos que por servir al bebé o cuidar la propia salud se contienen incluso de tener relaciones sexuales temporalmente o buscan otro momento más propicio, dominándose a sí mismos y creciendo día a día en el amor.
Todo esto que los padres hacen son “actos humanos” en los que libremente eligen lo que es bueno y verdadero. Y en la libre elección de lo bueno y lo verdadero, la madre sale de sí misma, crece y logra la unidad de su mente, espíritu y cuerpo. Esto es verdaderamente patente en el momento en que la madre da a luz optando por parir de forma natural y sin intervenciones médicas de rutina, es decir, elige lo bueno y lo verdadero y ejerce el autodominio expresando gran fortaleza y un inmenso amor, entregándose a sí misma.
Es un hecho que tras el parto el hombre y la mujer se transforman por completo y su esfuerzo vale la pena porque han aprendido a amar con todas las fuerzas de su alma.