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Mi esposo y yo nos habíamos preparado muy bien para el parto. Fuimos al doctor un martes 3 para hacer mi chequeo semanal, y aunque yo sentía que ya pronto venía la bebé, el doctor me dijo que todavía me faltaban probablemente 2 o 3 semanas.

En el curso psicoprofiláctico nos habían dicho que hiciéramos las maletas para el parto; yo le había insistido a mi esposo en que las hiciéramos poco más de un mes antes de esa cita con el ginecólgo, pero él me decía que yo tenía síndrome de nido y que las haríamos después… y después… y después. Ese viernes, finalmente decidió que era el día de preparar las maletas.

Aún nos faltaban muchas cosas de las maletas, nuestra camioneta estaba en el servicio, mi esposo iría a ver y a pagar el paquete del hospital temprano al día siguiente (sábado 7) y aún teníamos que lavar la ropa que usaría la bebé.

El jueves 5, en la noche, yo ya había soltado parte del tapón y empecé con pequeñas contracciones. Le avisé al ginecólogo y a la doula y me dijeron que estuviera atenta pero que esto podía pasar hasta 6 días antes del parto, que no me precipitara y recordara lo que habíamos visto en el curso y las consultas.

Las pequeñas contracciones duraron todo el viernes 6; por lo que bajamos una aplicación para contarlas y esta nos decía que eran contracciones de Braxton, así que nos confiamos. Durante los últimos días no tenía mucha hambre, pero esa noche pasó lo que nunca: pude cenar dos hot dogs y hasta postre, pero ya no estaba cómoda sentada en la silla, así que comí en la pelota de los ejercicios y eso me ayudaba a aliviar el dolor de las contracciones.

Terminando de cenar nos fuimos a acostar y aunque yo ya sentía muy fuertes las contracciones, la aplicación marcaba que no eran las reales. Desesperada, marqué a mi hermana para preguntarle cómo era el dolor de las contracciones; ella me explicó que lo importante no eran el lugar del dolor o la intensidad con las que las sentía, sino el intervalo entre cada una y la duración.

Mi esposo estaba tomando las contracciones y según él, aún eran de prueba, por lo que decidimos dormir, pues si llegaba la labor de parto íbamos a necesitar energía. A la una de la mañana del sábado 7, poco tiempo después de recostarme, sentí muchas ganas de ir al baño, y en cuanto me paré de la cama se me rompió la fuente. Sentí alivio y alegría al saber que ya se avecinaba la llegada de María Sofía.

Gracias al curso que habíamos tomado nos sentíamos confiados en tener el parto natural y sin anestesia, y que no teníamos por qué tener miedo si algo no salía como deseábamos: estábamos en manos de Dios, que es Padre y que iba a procurar lo mejor para nosotros. Sin embargo, la realidad le llegó a mi esposo, que recordó que no teníamos maletas, la camioneta en nuestra casa ni el paquete del hospital pagado: tenía que hacer lo más importante de manera urgente, lo demás delegarlo, y llamar al doctor, a la doula y a nuestras familias. El ginecólogo nos recordó que esperáramos lo más posible en nuestra casa para que la labor de parto no fuera tan pesada en el hospital, y que estuviéramos atentos a las contracciones para saber cuándo era el momento de irnos.

El plan original era que mi mamá me ayudara a lavar la ropa de la bebé el sábado mientras mi esposo iba a ver paquetes del hospital, pero todo se adelantó: ella llegó a las dos y media de la mañana, le preguntó cómo iban las contracciones, y mi esposo le dijo que no las podía medir bien porque estaba haciendo llamadas y las maletas al mismo tiempo. Ella empezó a cronometrar, y se dio cuenta de que ya estaba teniendo contracciones cada minuto, así que le dijo a mi esposo que ya nos fuéramos al hospital.

No sé cómo logré llegar caminando al coche, pues las contracciones ya eran muy fuertes. Llegamos al hospital en quince minutos, a las tres y cuarto de la mañana, y le pedimos a mi mamá que nos acompañara para que ella nos ayudara con tramites y a estacionar el coche para que mi esposo estuviera conmigo. Entramos por urgencias, yo quería caminar, pero una de las contracciones más fuertes me hizo entrar en silla de ruedas. Llegamos a la sala LPR del hospital y me trajeron la pelota, ahí una enfermera me ayudó a hacer los ejercicios y mi esposo me acompañó, mientras me daba palabras de aliento. Yo tenía mucha paz, pero ya con dolor fuerte.

Casi al mismo tiempo que nosotros, llegó la doula, y en cuanto llegó, nos saludó y me dijo que la había acompañado alguien: sacó una imagen de la Virgen de Guadalupe y mi corazón se llenó de amor y de paz, pues yo sabía que Ella nos estaba acompañando y cuidando. La doula se acercó y me dijo: “Lo estás haciendo muy bien, felicidades”. Esas palabras fueron música para mis oídos, porque al ser mamá primeriza no sabía si lo estaba haciendo bien o no.

Entró al cuarto la doctora que estaba de guardia y me dijo que tenían que monitorear a la bebé, recuerdo la angustia de pensar que tenía que acostarme con el nivel de contracciones que me estaban dando, le pedí por favor que esperaran y me dijeron que no, les dije que necesitaba entrar al baño y me dijeron que no, pero la doula intervino para que me dejaran.

Mi esposo me preguntó si quería que él entrara conmigo al baño, y yo con toda la pena, pero con más incertidumbre de que pudiera pasar algo, le dije que sí. Entré al baño y exploté, vomité, me ensucié toda. Mi esposo aguantó unos segundos y le dije que se saliera antes de que él también vomitara y salió corriendo (ahora nos atacamos de risa al recordar este momento, el pobre aguantó como campeón pero en cuanto le di permiso salió volando del baño), yo me morí de pena y pedí por favor bañarme antes de monitorear a la bebé y así fue.

En la regadera me relajé muchísimo pero ya estaba muy cansada. Ya había llegado mi ginecólogo y me pidieron hacer el monitoreo de la bebé, que hiciera un esfuerzo por ella, así que accedí, pero recuerdo que me volteé con la doula y le dije que estaba muy cansada y que me estaba doliendo mucho. Ella me dijo que lo estaba haciendo excelente, que iba muy bien y que me concentrara en que cuando viniera la contracción tomara muchísimo aire y me relajara; también me preguntó qué posición me acomodaba más, si acostada o sentada, yo le dije que sentada y así me acomodaron la cama del hospital.

Cuando vino la primera contracción recuerdo haberme agarrado de la parte de arriba de la cama mientras la doula me guiaba y me decía, relaja, relaja todo, relaja los hombros, relaja la cara, relaja cada parte de tu cuerpo y recuerda los ejercicios del curso. En cuanto hice eso la contracción fue totalmente diferente.

Ese momento, acostada/sentada mientras monitoreaban, fue el más difícil porque no tenía libertad de movimiento, pero el ejercicio de relajación me ayudo muchísimo y entre cada contracción descansaba y dormitaba para tomar fuerzas para la siguiente contracción.

Terminando el monitoreo mi ginecólogo me preguntó si podía hacerme el tacto, le dije que sí. Me dijo que iba muy bien, le dijo a mi esposo y a la doula que tenía el cuello borrado a un 90% y que estaba dilatada casi 7cm. El doctor me preguntó que quería hacer, le dije que entrar a la regadera y él me dijo que me recomendaba hacerlo con la silla maya (es un especie de banquito con un hoyo en medio) y eso hice. Entrando a la regadera mandaron a llamar a mi esposo para trámites del hospital, él quería estar conmigo y yo también quería que estuviera ahí, pero le dijeron que tenía que ir a firmar antes de que naciera la bebé y que no se iban a tardar. En lo que él bajó, se quedó conmigo la doula, y ya en la regadera empecé a sentir ganas de pujar. La doula me recordó los ejercicios de vocalización que hicimos en el curso. Los empecé a hacer y sentí perfectamente cómo temblaba y se relajaba mi piso pélvico, me relajó muchísimo el agua que al principio; la puse caliente pero como pasaban los minutos la cambiaba a cada vez más fría. Sentía que ya venía la bebé y se lo dije a la doula.

Mientras estaba en la regadera recuerdo rezar en mi cabeza diciendo: “Gracias Padre Bueno porque sé que estás conmigo, pero solamente te pido que llegue mi esposo para el nacimiento. Jesús mío, te suplico que llegue mi esposo para el nacimiento”. En ese momento, entró mi esposo al cuarto, que había dejado los trámites a la mitad porque se estaban tardando mucho y le dije que sentía que ya era el momento. La doula salió y le dijo al doctor que yo sentía que ya iba a nacer, el doctor le dijo que él creía que todavía me faltaba tiempo y ella insistió pidiéndole que por favor me revisara. El doctor entró al baño, cerramos la regadera y me revisó.

Cuando el doctor checó, ya se veía la cabeza de nuestra hija. Nos dijo: “¡Ya está aquí su bebé!”, salió del baño y les dijo al resto del equipo médico que prepararan todo. Mi esposo me ayudó a salir y el doctor me preguntó si me había sentido cómoda en la silla maya. Le dije que sí, y me propuso esa posición: mi esposo sentado en una silla normal detrás de mi sujetándome, y yo sentada en la silla maya, con el doctor de frente en un banquito aún más chico.

El doctor nos preguntó si queríamos música, pero yo preferí en silencio. El doctor dejó solamente al personal esencial en el cuarto y les dijo que guardaran silencio absoluto, además de bajar la intensidad de la luz.

Mi esposo me abrazaba por la espalda y empezó a orar conmigo en voz baja, pero le pedí que mejor juntos pero en silencio. El doctor me dijo que tocara la cabeza de la bebé, yo no quería porque me daba cosa pero el insistió y me dijo: “Confía en mí, todas la veces que las mamás tocan a sus bebés pasa una conexión inexplicable que ayuda a que los bebés nazcan mucho mejor. Ahorita que llegue la contracción, vas a sentir ganas de pujar, pero no pujes, relaja y suavemente saca a tu bebé, tú la vas a cachar junto conmigo”.

En ese momento llegó la contracción y relajé, relajé y toqué la cabeza de mi bebé, al instante sentí un gozo enorme y salió María Sofía; la tomé en mis manos y la pusimos en mi pecho, la abrazamos mi esposo y yo y le dijimos: “Bienvenida chiquita hermosa, bienvenida, mi amor, lo hiciste muy bien. Te esperamos y te amamos mucho” y le cantamos una canción que le cantábamos juntos todas las noches desde que estaba en mi vientre.

Después de un rato, me pasaron a la cama para terminar de revisarme, mientras pusieron a la bebé en una plancha de calor. Mi esposo estuvo ahí con ella todo el tiempo, tocándola y diciéndole cuanto la amábamos. Luego, me la pasaron y me la pegué para que comiera de los dos lados. Estuvimos así más de una hora, y luego me pasaron a mi cuarto, mientras mi esposo acompañaba al pediatra y a la bebé para todo su chequeo.

Fue un parto maravilloso; entré a las 03:15am al hospital, y a las 05:01am nació María Sofía. Fue hermoso: no tuvo nada que ver con las películas en el que la mamá grita y sufre acostada. En el momento en el que di a luz sentí una alegría tan inmensa, que ni del dolor me percaté y fue en un ambiente de intimidad y paz, donde mi esposo, María Sofía y yo pudimos disfrutar de su nacimiento. El curso psicoprofiláctico y la doula fueron esenciales para nosotros, ya que sentimos que íbamos preparados y que era un proceso natural al cual no debíamos temer.

Estamos consientes de que todo esto fue un regalo de Dios a través y con la Santísima Virgen María porque estuvieron presentes en cada paso que dimos. Aquí no puedo expresar todo, pero nos queda claro que su presencia fue nítida, y nos dieron la gracia de poder vivir el nacimiento de nuestra hija así a través del doctor Alejandro Pliego y Gaby Quinzaños.