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Los avances de la tecnología moderna nos permiten observar e incluso filmar y fotografiar al ser humano dentro del cuerpo de su madre desde las más tempranas etapas de su desarrollo. Podemos ver que se mueve con agilidad y que da maromas lleno de vitalidad en un ultrasonido, lo que confirma su presencia real y humana.

Existen evidencias científicas de que el embrión humano posee características estructurales y funcionales que lo configuran como un organismo humano, es decir, una persona humana.

Cuando el espermatozoide del hombre y el óvulo de la mujer se unen, fundiendo el material genético de ambos, se genera una nueva vida humana. Al inicio de su existencia se encuentra en un estadío unicelular que se conoce con el nombre de cigoto que de inmediato sufre múltiples divisiones tomando el nombre de mórula y poco después de blastocisto, desarrollándose día a día hasta llegar al estadío de embrión y luego de feto.

En cada una de sus etapas de desarrollo, el embrión humano se comporta como un sistema orgánico, con metabolismo e identidad genética propios que lo hace poseedor de un patrón de desarrollo orientado hacia un destino propio y original.

Podemos observar que el desarrollo embrionario es un proceso coordinado controlado por el nuevo genoma humano, continuo pues no tiene interrupciones o saltos, irreversible sin marcha atrás y gradual ya que ocurre paso a paso. De esta forma el genoma, en coordinación con otros componentes, regula todo el proceso de desarrollo del organismo humano individual.

El cariotipo constituido por el número de cromosomas característicos de la especie humana (46 cromosomas) nos permite afirmar con rigor que la vida del embrión humano, en todas sus fases de desarrollo, es propiamente humana, independientemente de que el embrión todavía no sea capaz de realizar algunas funciones que requieren mayor grado de madurez. Así podemos decir, por ejemplo, que la actividad mental supone la existencia de la vida humana y no viceversa. Por ello, el embrión humano, aun cuando todavía no cuente con el sistema nervioso central es reconocido como un organismo vivo de la especie humana, como un individuo humano singular distinto de su madre.

Y es que el embrión humano si bien habita dentro del cuerpo de su madre durante el embarazo, no es parte de su cuerpo. Goza de una verdadera, autonomía sistémica que se manifiesta, entre otras cosas, en la activación del genoma que ocurre pocas horas después de la fecundación y en el patrón de desarrollo que conduce la diferenciación celular para la formación de sus diferentes órganos y su crecimiento.

Por estas razones, el embrión humano es un auténtico sujeto de derechos porque posee la dignidad inalienable propia de todas las personas humanas. Sin duda, es sujeto titular del derecho a vivir y en este sentido, al encontrarse vulnerable e indefenso, lo que merece es cuidado y respeto total.

Finalmente, es importante subrayar que el derecho humano a la vida que el embrión posee, no radica en un cierto estándar de desarrollo, ni en su eficiencia mental, moral, social o política sino que se funda en el mero hecho de existir y estar vivo.  Así, una vez que el feto nazca y vea la luz tendrá un nuevo nombre y será un bebé recién nacido capaz de conmover a sus padres y a la sociedad entera.